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El rol del ejercicio en la lucha contra el cáncer de mama

Cada octubre, el mundo se tiñe de rosa para recordar la importancia de la prevención y el tratamiento del cáncer de mama. Sumado a los chequeos médicos y la detección temprana, principales herramientas para combatir este padecimiento, hay una adicional que ha ganado protagonismo en la comunidad científica: el ejercicio físico.

Numerosos estudios han demostrado que mantenerse activo no solo reduce el riesgo de desarrollar esta enfermedad, sino que también mejora el pronóstico y la calidad de vida de quienes la enfrentan.

Prevención: el poder del movimiento

La actividad física regular se asocia con una reducción significativa del riesgo de cáncer de mama, especialmente en mujeres postmenopáusicas. ¿Por qué? El ejercicio ayuda a:

• Regular los niveles hormonales, especialmente el estrógeno, que está vinculado al desarrollo de tumores mamarios.

• Disminuir la inflamación crónica, un factor que favorece la proliferación celular descontrolada.

• Fortalecer el sistema inmunológico, mejorando la capacidad del cuerpo para detectar y eliminar células anormales.

• Controlar el peso corporal, ya que el sobrepeso y la obesidad son factores de riesgo conocidos.

Estar activo durante el tratamiento

Por otra parte, en el desarrollo del tratamiento del cáncer de mama, los efectos adversos no solo se manifiestan en el plano físico, sino también en el emocional y funcional. La quimioterapia, la radioterapia y la hormonoterapia pueden generar fatiga extrema, pérdida de masa muscular, linfedema, ansiedad y depresión. Frente a este panorama, el ejercicio físico supervisado se presenta como una opción terapéutica de gran valor.

Se ha observado que las pacientes que mantienen una rutina de ejercicio adaptada tienden a tolerar mejor los efectos secundarios del tratamiento y muestran mayor adherencia a los ciclos terapéuticos, lo que mejora su pronóstico general.